Me refiero al mismo artilugio, que siempre distinguió al tabaibero de pro o de bien. Sin el sombrero, como que faltaba lo mejor. Y se tenía el de entierros, ir a Misa, y otros actos importantes. Para el trabajo, bastaba con el cachorro, menos solemne y de más uso. Y, para estar en casa, y operativo, el cachucho, que no era sino el cachorro, venido a menos, y hasta agujereado y roto, pero, que cumplía su misión (librar del sol [o teñir la cara con carreras de churros del color -marrón o negro, según-]). Todo un arte el uso, y de encanto en la mujer, cuando se ponía el de su marido.
Que si de medio lado, o hundido en la cabeza, que si despejando la frente u ocultándola; también levantado y abierto, significando en cada momento y dependiendo, distintos estados de ánimo.
En el saludo, en la mano con inclinación y cual abanico; si en momentos de oración -cuales toreros en el ruedo- al suelo tirado. Y siempre su uso, fue propio del campo (agricultor y ganadero); nunca en gente de estudios, salvo excepción; y los curas también -la famosa “teja”-, con diseño propio y exclusivo, venido de tiempos atrás y otros lugares.
Al presente, casi desaparecido, y en plan ridículo y caricaturesco; incluso, cuales religiosos profesos, compitiendo con el “orden”, cual si pudiera psicológicamente sustituir el abandono de consagrado alguno, pero que no le llega ni por el forro. Y pena es, que se pierda esta pieza del buen y bien vestir, de otro tiempo, que pasa sin más, bobaliconamente a romerías, y simulacros de campesinos de otros tiempos. Prenda de vestir, que se mantenía en lo alto y en el mejor sitio del ropero, y que el niño osaba usar, para emular al cabeza de familia, a quien se la cubría llegado el caso; que de cachorro o más bien el cachucho, en el alpendre, y colgado de un palo, donde el repuesto o relevo del otro.
Distinto el de la mujer: de paja o de palma, con lazo de color y atado al cuello. También del varón de este material y a veces a lo “mejicano” o “del oeste americano”, pero menos usado.
Siempre el cepillado después de su uso, esperando nueva ocasión. Hendido en el centro y con hoyos laterales; tal vez redondo sin más. Distingo del paso de edad y estado. Y mío fue, el de un ahorcado... En fin tiempos idos, que llenan de nostalgia; y más, cuando se guarda cual reliquia, el que usó el padre.
El Padre Báez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario