Juan II, de la monarquía medieval castellana, concedió por una real cédula de 1420 la conquista de las islas no señoriales al armador andaluz Alfonso de las Casas. En el año 1447 Fernán Peraza “el viejo” construyó una torre en la Gomera y se propuso realizar la conquista de las islas todavía insumisas: La Palma (Benawaré), Tenerife (Chinet) y La Isla Canaria de Tamarán. Después se trasladó a La Palma, año de 1448, donde sufrió una estrepitosa derrota a manos del Jefe de Cantón Echedey y sus guerreros, la primera gran derrota infligida al colonialismo español hasta ese momento, en la famosa batalla de Tahuya, en la que perdió la vida de una pedrada, asestada por una palmera, Guillén Peraza, al que dedicaron las famosas endechas maldiciendo la isla entera (…”No crezcan palmas sino retamas…todo lo acaba la mala andanza”).
El episodio viene corroborado por Abreu Galindo. Guillén Peraza partió de Sevilla con tres navíos de armada, con dos cientos ballesteros. Llegó a Lanzarote y Fuerteventura, donde se le juntaron otros trescientos mercenarios más y fueron a la Gomera y desde allí pasó a La Palma, tomando puerto en el Canton de Tahuya, administrado por Echedey como Jefe de Cantón, que encomendó la defensa del territorio a su hermano Chenauco, ayudado por otro palmero valiente, Dutynymara.
La armada al servicio del colonialismo estaba comandada por Guillén Peraza y eran sus capitanes Hernán Martín Peraza, al mando de los ballesteros procedente de Sevilla, mientras que Juan de Adal, Luis de Casañas y Mateo Picar capitaneaban a los mercenarios procedentes de Lanzarote y Fuerteventura (no confundir con los mahos de estas dos islas, sino que eran parte del ejército de ocupación colonial y mercenarios a su servicio). En total, según Abreu Galindo, por lo menos 500 invasores se desplazaron a La Palma.
Murieron más de doscientos invasores, huyendo, pese a los intentos de Guillén Peraza por detener la deserción, embarcándose los que escaparon del furor de los awaras.
Describe Abreu Galindo que la isla de La Palma “es muy alta y áspera de subir y andar; y la gente que llevaba Guillén Peraza, no usada a semejantes asperezas. Y los palmeros, diestros y legeros en ella, poniéndose en los pasos mas ásperos y dificultosos, acometieron a los cristianos de tal manera, que los desbarataron; y, aunque se defendían animosamente, los hicieron recoger. Y, queriendo Guillén Peraza hacer rostro, le dieron una pedrada y cayó muerto. Visto el desgraciado fin de su capitán, se tornaron a embarcar, y con falta de muchos de ellos”.
Las mujeres awaras participaban en la defensa del territorio, de nuestra cultura y en general de nuestras costumbres. Lo recoge magistralmente Torriani: “Las mujeres eran más valientes que ellos, y en las emergencias iban ellas delante y peleaban virilmente, con piedras y con varas largas”. (Torriani, Descripción de las Islas Canarias, p. 226, Goya Ed. 1978). La participación femenina está suficientemente documentada en las crónicas de los historiadores al servicio del colonialismo, como por ejemplo Abreu Galindo:
“Los vasallos de la isla del Hierro (se ruega no confundir con los bimbaches), aunque no por vengar la muerte de su señor Guillén Peraza, sino con codicia de la presa que en esta isla se hallaba de cueros y sebo, solían pasar muchas veces de la isla del Hierro a la de La Palma, a cautivar palmeros y robarles los ganados”.
El Jefe de Cantón Chentire fue hecho prisionero en una de estas racias, aunque consiguió escapar pese a que le faltaba un brazo, lo que hizo que los asaltantes, evitando la confrontación, se trasladaran a Tigalate, donde prendieron a un palmero y a una palmera, hermana de Garahagua. La combatiente, al verse presa, se revolvió contra el cristiano, llamado Jacomar, el cual, haciendo uso de las armas, la mató.
Según Abreu Galindo la venganza no tardó en venir, después de las paces que los palmeros hicieron con los saqueadores:
“Debajo de estas paces, venían los cristianos a La Palma, a contratar; entre los cuales vino Jacomar, el que había muerto a la hermana de Guarehagua, y en conversación le contó el suceso que le había acotecido con la palmera. Garehagua preguntóle por las señas de la palmera; y, entendiendo por ellas ser su hermana, le dijo que, pues su ventura lo había traido hasta allí, era para que su hermana no quedase sin venganza; y así, volvió una asta, que tenía puesto por hierro un cuerno de cabra, y dióle por la barriga y matolo, sin poder ser socorrido; por lo cual se vinieron a romper las treguas hechas” (Abreu Galindo, Historia de la conquista de las siete islas de Canaria, pp278-9, Goya Ed. 1977).
Continuaron los asaltos a la isla de La Palma:
“En el término de Aridane, señorío de Mayantigo…Vinieron a dar con una palmera, que se llamaba Guayafanta, de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante y era mujer de extremada blancura. La cual, como los cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose acosada, embistió con un cristiano y, tomándolo debajo del brazo, se iba para un risco, para se arrojar de allí abajo con él; pero acudió otro cristiano y cortole las piernas, que de otra suerte no dejara de derriscarse con el cristiano que llevaba”.
Esa gesta de los awaras prolongó la insumisión de Benawaré hasta el año 1494, casi medio siglo, exactamente cuarenta y seis (46) años, después de sometida Tamarán, retrasándose en consecuencia también el dominio no sólo sobre esta isla sino sobre Chinet. Conmemoramos ahora el 564 aniversario de la heroica batalla de Tahuya, con la propuesta de realizar unas Jornadas o Congreso para documentar tan importante acontecimiento de nuestra historia.
Nota de prensa Movimiento por la Unidad del Pueblo Canario
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