Sabido es, que en el mundo, todos respetan la morfología del terreno, y nadie osa cambiar lo que la naturaleza ha ido modelando con el transcurso de los siglos, como efecto de las lluvias, la erosión, el sol y los demás agentes transformadores de la tierra, sin que la mano del hombre haya osado cambiar esa fisonomía de la misma (la tierra).
Y así las cosas, vemos llanuras, ondulamientos del terreno, lomas, depresiones, laderas, y distintas manifestaciones del terreno, que el hombre ha trabajado sobre él con arados, siembras, tractores, y riegos según se lo permitía el propio terreno, sin más; sin pensar, que podía sacar mayor rendimiento aplanando o allanando, y así poder hacer más fructífera la tierra y un mayor aprovechamiento del agua.
Digo, que esto, ha sido y es, lo común y sobretodo fuera de las islas; no aquí, donde los guanches, transformaron la orografía del archipiélago al hacer unas paredes y rellenarlas de tierra; y hacer cercados o cadenas, donde era imposible sembrar o plantar algo antes. Algo, que hemos heredado de aquellos hombres –nosotros mismos somos ellos- “los de más lindo entendimiento del mundo (Le Canarien)”.
De ahí, que aquí y solo aquí, y allá a donde los guanches llegaron, aplicaron lo que aquí se hacía, y lo llevaron al mundo a donde fueron llevados de esclavos primero, y después con la emigración. Así que, tenemos un motivo más, para sabernos, los únicos en el mundo, que en una gran pendiente, y entre riscos, nuestros antepasados, construyeron sucesivas cadenas, previas la paredes de piedra seca y llenado de tierra, traída de lejos, en trabajo de hormiga...
... y que muchas de esas tierras escalonadas, hoy, para desgracia nuestra, no producen nada, al plantarles en ellas pinos, que nada dan ni producen (salvo fuego y veneno para la tierra), sin que nadie de la botánica y del medio rural o ambiente, se dé cuenta, que lo que fue hecho para una determinada finalidad, no debe ser cambiada, al menos por respeto a los mayores y a sus autores.
Sorprende a veces, ver el arte de escalar montañas y riscos arriba, con sendas paredes, a veces para un metro y medio o dos metros de ancho, con muchos más de largo –por supuesto-, y encima de este cercado: otro, y otro, y otros, y de por debajo del mismo: otro, otro, y otros más. Todo un arte de verdadera ingeniería, y de la mejor arquitectura, con la que no se cuenta.
Sabido es, que se cae una de esas paredes y te prohíben rehacerla o volverla a levantar, en una simple reparación de una obra de arte, que venida al suelo, por efecto de la desidia y el abandono, debe ser repuesta en su estado original, al menos por pundonor. Y para no dar ese aspecto a derrota, a abandonos, a miseria, a ruina, cual si se viniera de una guerra, y todo por los suelos.
Al menos por el sano orgullo, de tener lo que nadie tienen en el mundo, cercados de vértigo, donde el sudor de nuestros antepasados, para extraer de la tierra la comida. ¡Y cuántas veces, el cercado contenía la tierra extraída a la toba o risco, haciendo en ella la casa cueva, con lo cual se tenía morada y delante de la misma la fuente de la alimentación: el cercado...
El Padre Báez.
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