No, no fue un vía-crucis, ni tampoco el drama de enfermedad alguna, paro o asuntos afectivos; que la cosa es más simple, y sin eufemismos. Se trata, llanamente, de nuestra subida –antes anunciada a la que invitamos a todos- a la Cruz de La Montaña de Las Palmas.
Al fin, con algo de retraso, el grueso y gran grupo de senderistas, donde los pequeños –hasta en brazos, la más pequeña- compiten en número con los que le son mayores, donde los jóvenes no se quedan atrás en número, y si contamos a los mayores, de todo: familias enteras, matrimonios, amigos, parejas, grupos, solitarios..., y hasta un niño marroquí (no cristiano), se nos sumó.
La ruta, no podía ser otra, que saliendo desde Tecén -en día espléndido, donde la brisa fresca atenuaba el sol radiante de la subida-, que la hicimos por El Viso (les ahorro itinerario [y comentarios sobre lo no restaurado y solo la fachada para la tele y donde millones de euros tirados en meses de “trabajos” de patrullas, que se estorban...]), y después de estar con el pastor (Pancho, con sus trescientas cabezas [unas 200 ovejas, y un centenar de cabras], sin contar los cochinos), y continuas paradas por el saludo de cuantos nos cruzaban...
Ascendiendo ladera y lomas arriba: un enorme, hermoso, y gran eucalipto, fue nuestro “restaurante” particular, donde a su sombra y aire fresco –y dado que las mochilas con los distintos pertrechos (agua, zumos, refrescos, bocadillos, frutas, golosinas...), fueron llevadas en transporte de ruedas, llegábamos ligeros de equipaje, pero con ganas de descansar; así que comimos, la sobremesa, cantos, descanso, etc. y a media montaña, ya las impresionantes vistas de un paisaje único y excepcional.
Pero, había que seguir, para llegar a nuestra meta u objetivo –no éramos los único, porque nos los encontramos de vuelta, y los veríamos bajando, cómo seguían otros grupos subiendo- que llegados a la sima, ya el espectáculo es indescriptible: la señora aquella, arrodillada delante de la cruz, los jóvenes abrazados al madero, los niños besando el signo y señal del cristiano, y el casi sermón...
Según leyenda, unos náufragos por la Bahía de Gando, al quedarse sin el barco que los llevaba a América, agarrados al mástil que flotaba, hicieron la promesa de llevarlo –si se salvaban- a la montaña más alta que desde el mar se divisaba; y así, cumplieron la promesa, y el mástil de un barco, ofreció su madera –partida- para brazos, pie y cabeza de la cruz. La cruz, salvadora, que muriendo Cristo en ella –ésta estaba (está), bellamente enramada- nos salvó; ante ella nos arrodillamos y la besamos –como hemos visto- porque es signo y señal de salvación, si aceptamos al que murió en ella, y nos invitó a llevar cada uno la suya y le imitáramos, y bla, bla, bla...
Don José, me dijo: “...esta Montaña, es la única que está en las cartas náuticas, por el hecho ocurrido en el mar, de donde vino la cruz, la cruz del mar...” También me contó, que unos jóvenes veintidós años atrás, la quemaron, en un asadero (¡); que también en otras ocasiones, ha sido objeto de profanación...
Aprovechamos, para repasar desde lo alto la geografía a nuestros pies, desde donde se divisa (ba) casi la totalidad de los Barrios del Municipio de Telde, y tantos otros; desde La Isleta hasta La Cumbre, y se nos perdía la vista al interior y hacia el norte, alcanzando a descubrir lugares de encanto y ensueño...
Pero, como cuando Pedro, Juan y Santiago, en el Tabor con Jesús y Elías con Moisés, había que bajar, y lo hicimos, visitando cuevas, y recordando los mayores, cuando allí las vacas, el ganado, la sementera...; ahora solo cerrillos, tabaibas, veroles, ahulagas –todo ello protegido, y en decir del anciano Antoñito, “¡todo eso es basura!”; nos contó que: “el año pasado cogía tajinaste para mis cabras, pasó el Seprona, y le dijo:¡buena comida para sus cabras, pero...” (¡no sigo!).
Sigo con la bajada, con el sol de frente pegando fuerte, ahora sin en aire fresco de la mañana, y volviendo por otra ruta, cruzando carreteras, y caminos, cada vez, la Cruz, quedaba más lejos, pero más cerca, en nuestro interior, el gozo de cuanto habíamos vivido, y con la reiterada y pesada petición de Pedro, que la próxima, fuera a la playa, hablaban de sancocho en ella, y ponían fecha para mi santo (el 30 de mayo), y aunque no me lo creí, me cantaron –al despedirnos-, lo de si el mejor cura, lo de si es un muchacho excelente..., y es que no cabe duda, que un cura les acompañe, y no lo parezca, que con el viento dándole aspecto de loco o profeta, con mi inseparable palo..., pero, ¡perdonen que estoy hablando de mí!
Y son ellos, todos, los que me aguantan, me escuchan, me siguen, y si me descuido, me revientan a comida: todos me invitan (vuelvo a hablar de un servidor), y para que no aparezca, la tercera, lo dejo aquí, dejando atrás, lo mejor: todo aquello, que si no se vive, no se puede transmitir o contar.
El Padre Báez.
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