Parcelas de terreno estrechas y alargadas; cuando antes eran anchas y gruesas.
El comedor-estar, comienza a estar cada vez más vacío.
Ya no es posible dormir apaciblemente.
Se ha retrocedido, y se ha cedido la isla -las islas- a los turistas.
Los turistas toman el sol y se van; no nos dejan sino la basura que generan.
Los políticos inflexibles, no ven el cambio: reconducir al pueblo a lo que dejaron o abandonaron.
Se vende el Tabaibal al exterior; a los del interior, como que no les importan.
Como somos islas y tenemos mar, hay muchos puntos de salida.
El horizonte es amplio, y la gente piensa en salir. Irse de aquí.
Creían, se podía vivir sin trabajar.
Todo el mundo huyó a la ciudad.
Ni siquiera miran ya al cielo (les han borrado la fe).
Han sustituido a Dios por la “naturaleza”.
Tenemos piedras para empedrar el mundo, y nos traen piedras de Asia, de América..., ¡si serán ladrones!
Los pinos, no sirven ni para madera.
Las casas son más para perros, que para hijos (suplen así el cariño y el afecto que no tienen).
Nos abrimos al exterior, en lugar del interior.
Nadie se despega del contacto urbano.
De salir al campo, es para correr y coger sol.
Nadie se desconecta de la ciudad.
Se ama mucho el ruido.
Las puertas para salir son muy anchas; las de volver al campo: estrechísimas.
Todo el mundo estudia.
La arquitectura tradicional (acequias, estanques, alpendres, etc.), se desmorona, desaparece...
Si los muertos resucitaran...
El Padre Báez.
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