lunes, 23 de abril de 2012

Casa Guanche (por el Padre Báez):

Como ya es costumbre, les voy a dar cuenta de la jornada arqueológica de ayer. Antes de nada, pido disculpas por silenciar el lugar, para preservarlo de visitas de personas que puedan dañarlo, dejando huellas, marcas o señales de su paso, por lugares que considero de lo más importante, después de lo sagrado.

Pues, que a las 11,00 horas previstas y señaladas, nos dábamos cita, los distintos coches, con sus ocupantes, en La Barranquera, como presagio de lo que nos aguardaba: barranquear, para llegar por entre tabaibas (¡tabaibas, que no falten!); torretas varias (unas auténticas, y otras imitando a las primeras, con su valor de tradición y costumbre tan nuestra, y que por parte de las reales, marcan hitos, acontecimientos, reconocimientos...

Que salidos de barrancos y encumbrando, llegamos cerca de las 14,00 al objetivo señalado. ¡Una casa, que como ella, no hay otra, pues gracias a Dios, no ha sido reparada, ni reconstruida, ni tocada, salvo por el aire, el sol, la lluvia, el viento, la erosión, etc., pero que a pesar de ello, conserva sus casi dos metros de altura, y una perfección tal en sus paredes, que difícil superar niveles, colocación de las piedras, ángulos, esquinas, la simetría de sus brazos formando la cruz, la entrada por un estrecho pasillo, y con un falso piso, dado que no sabemos si 10, 15, 20 centímetros o medio metro de tierra sobre el mismo, más abajo está el verdadero, que de retirar, solo esa tierra, nos daría la altura exacta. Mano humana no la ha tocado, y tanto el círculo, que la rodea, como la tierra entre las paredes a cara vista (por dentro y por fuera), dándole así las cualidades termófilas propias de los guanches, en sus construcciones, en edificio número uno de los que de ellos (los guanches), nos han llegado (el guanche arquitecto o el aparejador arquitecto, que la hicieron, ahí se lucieron). Y todo ello, por la situación donde se halla o encuentra. Y tal fue el asombro, la contemplación, el estudio y observación de los mil detalles que nos costaron más de una hora, permanecer en hogar, tan acogedor, como confortable; añorando e imaginando el corto ajuar y las amplias dependencias de edificio tan singular.

Pero, habíamos dejado la comida en el lejano aparcamiento de los coches, y hacia ellos nos encaminamos, bajando y deshaciendo el camino de la subida, cortando por otra vía –de mayor riesgo-, y así aligerar el encuentro con comida y coches, con coches y comida, y una vez en ello, y ellos, continuamos hasta donde la mejor mesa, y si ésta fue buena en el compartir, lo fue mayor, cuando por no faltar, no faltó ni el café, y la música de quien celebraba tanta alegría, sorpresa y encantamiento, que derivó en varios cantares, y formamos casi-casi, y sin casi, toda una fiesta.

Pero, había que retomar el camino de vuelta, y con las pilas llenas de entusiasmo, por cuanto habíamos visto y disfrutado, cogimos rumbo, pero por otra vía alternativa, y costeando la mar, el mar, éste nos recibió, en el mejor de los baños, para dejar entre las olas, el sudor y el polvo, con una pequeña sesión de yoga, en la que más de uno, por primera vez en sus vidas, hicieron la postura sobre la cabeza (sirsasana), la misma que viendo en un servidor se asombraban, pero más cuando descubrieron que también ellos la podían hacer, con sorpresa para ellos mismos, más allá se tuviera 11, 18, 20, 23, 25..., 43 y más años.

Ya, llegadas las 20,00 horas, nos despedíamos con la mochila vacía de comida, pero llena de experiencias. Anécdotas, no una ni dos, sino miles, pero no cabrían en un resumen apretado de cuanto de bueno y rico, recibimos.

Como siempre, quedamos, hasta la próxima, que será –como siempre- avisada, por si ustedes, se quieren juntar y acompañarnos. Será algo inolvidable (vemos lo que nadie ha visto, y adquirimos unos conocimientos tales, que Pedro, el benjamín del grupo -¡falsillo él- no deja de repetir: “¡Padre Báez, eres el mejor de los profesores!” ¡Cosas de niño!, que ratifican los mayores; y es que nadie, les ha enseñado lo que les descubro, sin más. Disculpen –por segunda vez- esta aparente falta de modestia, pero conste, lo cuento y digo en plan de anécdota; las otras, nos son para contarlas, sino para vivirlas, y si no se lo pregunten a quien con 120 kilos sobre su espalda, nos acompañó cual la mejor de las atletas, si bien bajando se tuvo que arrastrar ("pompi" por el suelo, a riesgo de romper su chándal) algunas veces, para no caerse, pero “ángeles de la guarda (Ayoze, Santiago, un servidor mismo, entre otros)”, la cuidaban o cuidaron. Amén.

El Padre Báez.

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