Sucedió, en una de esas salidas arqueológicas domingueras, de las que quedamos exhaustos, del caminar, y por aquello de las horas que se nos van tras las huellas de nuestros antepasados (nosotros mismos, de ellos), que cuando al fin se consigue llegar a un sitio donde podamos formar la mesa redonda o común y fraterna, y según el tiempo y lugar sombra o sol, bajo un árbol o risco, es el caso, que por las horas y cansancio del trepar, laderear, encumbrar, barranquear, patear, indagar, ver, disfrutar, con el espíritu bien harto, pero con el estómago no tanto, no sabe a sardinas en lata, sino a gloria, el bocata que te preparas, y compartes, por aquello del intercambio y compartir, que si éste de chorizo, el otro de mortadela, el de tomates-lechuga-cebolla y aceite..., que entre comentarios de esto y lo otro, cuando ya avanzada la comida y desaparecidas las especies y condimentos, complementos y pasteles o galletas, vaciadas las botellas, y refrescos, zumos y demás, llega la sorpresa, de quien previsora, se ha traído un enorme termo, cargado de café, que con vasos plásticos para la ocasión, con cucharillas de desecho, con el azúcar para que se lo tome cada cual a su gusto, y con leche por lo del cortado, es el final de una sobremesa, que ya es como para no pedir más; pues, ¿qué más quieres, si además te lavas los dientes, y siempre hay un lugar oculto donde orinar? Que nos tomamos el café, y hasta con la posibilidad de repetir, que recordando que los que te tomas en restaurantes y semejantes, en taza chiquitita de gruesísima cerámica, y casi no te llega al gaznate, porque no te sirven sino un fondo, y recordado aquellos cafés requeteguisados, donde el agua solo es negra, pero muy clara, y así en vecinos pobres, que el buchito, no deja de ser un agasajo, pero que el comentario pertinente, a la salida, y lejos de quien te invitó, vas y dices –y con toda razón- “¡aquello fue un agua chirri!”, que recordando esta expresión, y comentando el café-café que Lidia nos ofreció, dije: “¡este, sí que es un café como Dios manda, y no un agua chirri!”, expresión que fue muy aplaudida, por olvidada y como rescate, junto con la arqueología, de palabras ya fuera de uso, pero que vale la pena conservar, porque también es patrimonio hablado u oral, que no debe desaparecer, ya que es cultura. A Nicolás, le hizo mucha gracia y hasta rió a carcajada, por el hecho y recuerdo.
Y se comentó, cómo en nuestra tradición más cercana, no había visita que se hiciera, que fuera uno invitado por el visitado, con el clásico y genérico: “¿se toma un buchito de café?”, y cómo el despreciarlo, suele molestar al que invita. Rito breve, pero denso, y ello dependiendo del aroma o cantidad de café molido que se ponga en la cafetera; que si recalentado, surge lo del “agua chirri”.
Dicen –creo- que costumbre traída por los indianos, o los vueltos o regresados de Cuba y otros lugares de América, donde el café es como una droga, y aquí un placer, siempre y cuando no se pase de la raya.
El Padre Báez.
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