sábado, 3 de marzo de 2012

¡Aquellas cabras! (por el Padre Báez)

Las primera que recuerdo, son las que en el Lomo de las Pitas, frente a la casa de alquiler, en una choza de palos de eucalipto, con paredes de piedras, con retal en el techo, sobre planchas de cinc, pesebres en el suelo, eran objeto de atendimiento: hierba, tuneras, agua, la cama, etc. Era la primera infancia. Luego vendría el ir a casa propia, en La Huerta de los Castañeros (ahora “Las Cuevas”, donde debajo de un castañero y en torno a él, a su sombra en verano, bajo unas chapas de cinc, y con socos de cañas, ya era cosa de implicarme en ellas: limpiar las tuneras, sobre todo en las camas, trayendo hojas de eucaliptos de las orillas de la carretera, y en ambos casos el reparto de los baifos: “¡este es el mío!”, entre los hermanos, de aquellas cabras de ubres rozando el suelo, con cuatro crías a veces, lo normal dos, cuando no tres o uno. Sus cabriolas, balidos, el biberón, el soltarlos a mamar un poco (la leche, era para vender, el queso, o hervir, para el arroz, escaldada, etc. ¿Y cómo olvidar cuando a finales de los cincuenta, y comienzo de los sesenta, preadolescente uno, cuando ya en el Instituto, la entrada a la ciudad -la capital- por donde el Hospital de San Martín, bajando hacia la Catedral, a la par, ellas por la acera -las cabras- dejando un reguero de cagarrutas, por la Calle Ramón y Cajal -¡y cómo olvidarla, si en el número 6 vivía mi tía Paulina, que me dio hospedaje durante las clases!-?, que bajadas de San Juan, el cabrero, se iba parando frente a las puertas de donde salían con escudilla u otro recipiente, para que les ordeñaran unos chorros, con más de espuma que leche, que con gofio o pan, era pura delicia...

Pues, me dice A. M., que a una hermana suya, estos días atrás, una cabra, le trajo seis baifos. Le dije si por inseminación artificial, y me dijo que no: “¡el macho!”, pues, lo que nuca vi, y creo pocos pastores puedan contar, esta cabra debe ser un fenómeno de cabra. Según me dijo -a pregunta de un servidor- “¡las seis crías nacieron vivas, y vivas están!”- y a uno se le ocurre decir, ¿por qué no se vuelcan sobre esta cabra y sus crías (también el macho), los estudios pertinentes, para seleccionar ejemplares tales? Pasa, que los tiempos que corren, como que no es muy propicios a las cabras, sin embargo, un servidor piensa y cree, que en ellas en parte, está la solución a la crisis, ya que ni el turismo nos trae leche, y menos trabajo, con lo que o volvemos a las cabras, y al huerto, o nos tenemos que marchar a no se sabe dónde, porque cuando tantos vienen a estar con nosotros, ¿cómo vamos a ocupar los puestos que dejaron libres o vacíos en sus respectivos países? Y de las cabras se dijo -se decía, y así se consolaba el menos favorecido por la fortuna, que al no poder tener un animal mayor-, decía: “¡la cabra es la vaca del pobre!” Y, ahora, que los pobres son tantos, y que crecen como berros, y más cada día, sería bueno, volvieran a lo que aquí les he contado. Sabía de algunas personas, que las tenía en las azoteas; y si hoy, son ocupadas -las azoteas- por perros (que creo, si no en las habitaciones [el otro día entré en una casa, donde el ordenador, y la cama de una chica, y entre la colcha y las sábanas, estaba hecho un ovillo un enorme gato, y pregunté “¿y éste, qué hace ahí?” (a pesar de un gran patio). No recuerdo lo que se me dijo de las bondades de la fiera en pequeño, pues, un servidor vio a un tigre, si bien en miniatura, pero..., animal, por animal, tendría como doméstico uno que me dé de comer, que lo que es el perro o gato, ya se sabe: hay que darle de comer como a una persona. ¡Claro, que en cuanto me he enterado, que estos animales, pertenecen a personas carentes de afecto, los respeto un poco más, pero no desisto de aconsejarles, pongan como mascota y animal de compañía a una cabra (aseguro son más fieles que los perros, y tienen entre otras, la ventaja que no muerden)! Espero tener éxito, y con el tiempo ver, a la gente paseando por las calles, parques y aceras, tomando el sol –la cabra- y comiendo hierba por los parques y parterres, rotondas y orillas de las carreteras. Y ya saben: si rucia, si bermella, si mocha, si murga, si jardúa, si rucia, si berrenda, si de Fuerteventura, o de La Palma, pero sea como sea, ¡ponga un balido en su vida!, y sobretodo: ¡una taza de lecha en su mesa!

Aunque, me pasa por la mente, las mejores cabras que he visto en mi vida, entre canelas y blanco, con algo de negro, fue en los riscos de Peñón Bermejo, ¡Dios, qué ejemplares!; pero, están amenazadas de muerte; hay permiso, para tirotearlas, y desaparecerlas, a no ser que se las indulten como a los almendreros, gracias a Cataluña, Aragón y Castilla y León, porque gracias a los de aquí, habría que arrancarlos. ¿Cuál será la suerte de la mejor cabra del gran tabaibal? Mucho me temo, nos quedemos sin ellas, y que nadie estudie a los seis baifos -seis como en los toros, seis-, de un parto. ¡Dios, qué maravilla!

Ahora, les dejo en la duda, de si es cierto o no, lo de los seis baifos, pero prefiero antes de mostrárselos -la feliz madre con su media docena de baifos- en foto, ustedes queden en una pequeña tensión, y les ruego –mientras- vuelvan a leer este comentario. Mejor, si lo reenvían, si lo comentan, si lo difunden y así, cuando vean la foto, puedan decir:¡Anda, si es verdad! Pero, ¿acaso, les mentí alguna vez? Y ahora, con 64 años camino a los 65 -en agosto-, ¿lo iba a hacer por primera vez?

Pues, prometido: pronto tendrán la foto: la cabra más fecunda que conozco.
El Padre Báez.

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