miércoles, 18 de abril de 2012

La muerte (por el Padre Báez):

San Francisco de Asís, la llamaba “la hermana muerte”; Santa Teresa la llama “el comienzo de la Vida”; pero antes, San Pablo se preguntaba, “¿dónde está muerte tu poder?”

La muerte..., nacemos con ella, y cada día es un paso hacia la misma. Es, en palabras del Rey David, “el camino que todos debemos recorrer”; ella, es la compañera, y siempre nos espera.

Cantamos en honras fúnebres, en exequias, Misas, celebraciones y funerales: “la muerte, no es el final del camino”; la muerte, es el paso a estar con Dios, si morimos en gracia del Señor Jesús.

La muerte, no interrumpe la vida: el actor está en el escenario, el torero en el ruedo, el futbolista en el campo, mientras otros velan el cuerpo sin vida de sus padres u otros familiares.

A un servidor, le anuncian la muerte de su (mi) madre a las 7,30 de la mañana, pero antes de ir a ella, celebré la Misa a las 9,00 en Lomo Magullo, después a las 10,00 en Tecén, y a las 11,30 llegué al tanatorio.

Una vez, en El Lasso, el joven N..., ante el cadáver de una vecina, me dijo: “cura, ¡cuánto la envidio!”, a lo que pregunté: “¿por qué?” Y me respondió: “¡ella, ya está viendo a Dios!”

El citado antes San Pablo, escribe, para los que no tienen fe, y les dice, que “si murieron en el Señor -ellos-, están en paz”. Y añade: “sus partidas, no son una desgracia”. ¡Ni mucho menos!

Y, cuando todo esto es así: ¿qué explicación tiene, que algunos, ante la muerte de lejanos parientes, se vuelvan locos y se duchen en lágrimas, rompan el transcurso de sus vidas...

... dejen de cumplir con sus obligaciones, entren en un luto absurdo, y ya sea ante un recién nacido o ante un anciano de 104 años, cuando es la “ley de la vida”, y para eso hemos nacido?

¿No manifestarán así la ignorancia de cuanto precede, y pretenden –celosos de la suerte de los difuntos- que regresen a este “valle de lágrimas”, y vivan sin la esperanza de la Otra Vida, como ellos?

En el fondo, faltos de amor, no manifiestan sino el egoísmo de retener y poseer de por vida a alguien -sin que nadie nos pertenezca-, porque “somos de él vivos o muertos”.

Pena da, ver cómo se dejan embaucar de los que sin Dios, solo saben llorar y amargarse, sin dar entrada al gozo de saber está –el difunto- en las mejores manos, en las del Padre.

Sucede, que cuando la fe no existe, es floja o no bien formada, ante la muerte, no cabe, sino la sinrazón de: llorar, lamentarse, entrar en depresión, y arruinar la vida en su entorno y ambiente.

Y entonces, te das cuenta, que más muerto que el que murió, está el que vive así matándose, sin aceptar las cosas como son, rebelándose contra Dios, y viendo en todo el falso “destino” que no existe.

¡Qué bonita la lección, que nos viene de Méjico, donde la muerte se celebra, y recuerda uno, cuando entre nosotros, en torno al féretro, corría el ron, las galletas, el caldo de gallina...

... todo ello, en ambiente festivo y gozoso; y a costa del muerto, hasta las historias, cuentos y chistes. Mucho, ha perdido este pueblo, cuando volviendo al oscurantismo, se vive como salvajes

Y si no, ¿qué es aquello de “... el vivo al bollo”? Recuerdo aquella serena actitud de la Virgen ante la muerte de su Hijo Divino, cómo de su boca no salió una voz, y acompañó a los doce en la espera del Espíritu de la alegría.

¿Y cómo olvidar a aquella madre, que un coche le quita la vida a su hijo joven, con un hijo pequeño, que callada y con gafas negras, en noticia trágica, en velatorio, en exequias, en el cementerio, nadie la oyó llorar?

Otros y otras, tal vez lloren culpas aprovechadas, y lloren sin arrepentirse acciones cometidas, comportamientos omitidos, fidelidades incumplidas, adulterios aumentados, sin tiempo para Dios...

... a quien culpan y desconocen, y nada saben de lo que nos tiene preparado, que en decir del apóstol ya tres veces citado (San Pablo), “ni ojo vio, ni oído escuchó, ni mente imaginó lo que nos aguarda”.

Que la eternidad pertenece al Otro Lado, y aquí vamos de paso. Que debemos aceptar la muerte, con elegancia. Triste por haber perdido la compañía en la tierra de alguien, que se adelanta en el camino.

Una vez, me presentaron a la madre de aquel joven difunto de 18 años, y en la Misa de cuerpo presente, llegué a creer se trataba de otra mujer, porque la vi cantar, y alegre en el dar la paz, y entonces (en baja voz) le pregunté:

“Pero, ¿es usted la madre?” Me dijo que sí. Entonces le volvía a preguntar: Pero, ¿cómo está tan alegre?Y esta fue su respuesta: “¡Porque está con Dios!”. Volví a preguntarle: “¿Y cómo lo sabe?” Y esto, fue lo que me dijo:

“Mi hijo, tenía un tumor en la cabeza, que le producía fortísimos dolores y no aguantaba los ruidos ni voces, pero cada Domingo iba a Misa, y ya en el Hospital, a la hora de la Misa, llamaba, para que le pusieran...

... la televisión y –con tan fuetes dolores- oír la Santa Misa; comulgaba siempre cada Domingo y también en el Hospital: Mi hijo está con Dios, y yo, estoy muy feliz”. Impresionante, ¿no? Sucedió esto en el Cementerio...

... del Puerto, donde estuve de Capellán, y tengo para mí, que esas lágrimas a modo sin razón, muestran bien a las claras un montón de cosas, fácil de interpretar; cada cual se retrata, ante la muerte, lo que es y qué fe tiene.

Grave también, que algunos se nieguen a celebrar la Vida y la Resurrección de Jesús, por seguir celebrando la muerte de alguien, que ocurrió en la familia, por más que sea lejana en el parentesco.

Porque –humano- malo es, que se anteponga la muerte de alguien, a la Fiesta de las Fiestas, donde la Comunidad de creyentes crece, pero que ellos se empeñan en menoscabar y reducir, con su no participación.

Tal vez, cada uno viva lo que lo mata; y sus vidas sean un canto a la misma muerte, de la que están enamorados o apegados, sin saber que ésta conlleva la Vida Verdadera, por la que debieran celebrarlo, si ponen a Jesús en ella.

Y es que con Jesús, ninguna muerte es Muerte; que es muerte sin Él, y sin Él habría siempre que llorarla; que los que andan con el Señor, cantan el “¡Aleluya, aleluya, aleluya...!” y el “¡Resucitó, resucitó, resucitó...!”

El Padre Báez.

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