¡Pobre de mí, que me pasa como los que viven del pasado, con el tiempo parado, sin darse cuenta el reloj no se para, ni los años, ni la vida! Que, para preparar con el ecónomo diocesano la campaña de la renta y tal, de cara a los Medios en los que anda uno, me voy por el Obispado, y toda vez, que tengo un pedazo de tierra, que parte el alma, abonada, bien regada, y a la sombra, entre olivo y olivo, y entre otros árboles, tengo sendos tajos, y al presente seis –como los toros, seis- tajos, o pequeños canteros, con rabanillos, lechuga, rúcula, acelgas, espinacas, tomateros..., y toda vez, que quiero ampliar las posibilidades de comer sin tener que ir a comprar, recordando que de niño, allí por la calle de La Pelota y aledaños, habían casas de semillas, me dirijo hacia la zona, antes de regresar a casa, en busca de unos sobres que suelen lucir en las puertas estos establecimientos del ramo; pero que como la cosa esta de la agricultura, ha venido a menos, pues que no, ya no hay esos lugares o establecimientos. Los recuerdo con sacos abiertos, enrollados, mostrando chochos, trigo, pipas de girasol, millo, avena, archita, cebada, centeno, chícharos, habas, etc., etc., etc. Y, viendo mi gozo en un pozo, y sin preguntar, sino siguiendo el camino de mis recuerdos juveniles, me voy al lado del teatro –no hay otro- y atravesando lo que antes era el puente palo, me desvío hacia la paralela de triana, hacia el teatro, donde en otro tiempo –ahora ya no- había otra casa como la descrita un poco más arriba o atrás, y me tuve que venir, con pena, porque no encontraba donde comprar semilla. Y toda vez, que me resistía regresar a casa, sin los dichos sobres, preguntando en una floristería, por aquello que deben ser del gremio, aunque distante, me informa, que en la avenida, que cerca de los juzgados, había una casa de material de huerta y jardín, y que cree allí los tiene; pues allá que me dirijo, con la inmensa e inmedible suerte que quien regentaba dicho establecimiento, al verme y saludarme: “¿usted es el Padre Báez, no?” Cierto, le dije, el mismo; a lo que respondió, “¡pues yo también soy Báez!”, y empezamos con el árbol genealógico, y resulta que no sé si primos 7º, 8º, o 9º, pero se notaba la sangre, y es que los genes nuca traicionan, ni engañan. Valió la pena, ¡sí Señor! Y conste, que frente al herreño, pude comprar un par de sobres –tenía poco donde escoger- y toda vez que pedía 2,00 € por sobre, viendo era un carero, me vine sin comprarle a él, pues en Las Terrazas, junto a Media Mark –o como se escriba- había comprado los que ya tengo sembrados a 1,50 € y curioso, mi “prima”, también los tenía a 1,50 €. Total que compré 7 sobres, y al no tener sino un billete de 10,00 euros; mi “prima” me perdonó los 0,50 céntimos. Pues, eso: ¡la sangre!
Pero, vuelvo al mensaje o moraleja: en otro tiempo, se vendía de todo esto y más; dado que la agricultura está prácticamente desaparecida, y nadie puede vivir de vender productos agrícolas, éstos están desapareciendo, y una prueba de ello, es el periplo que me pegué, detrás de unas semillas, que por más que las buscaba, no las encontraba, sino al fin...
El Padre Báez.
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